PUNTOS IMPORTANTES:
El área de la fisiología evolutiva, cada vez más, nos ofrece pruebas de que la eventual falta de alimentos en el pasado supone, en el presente, un factor más de los que se aprovecha la industria alimentaria.
El ser humano ha desarrollado su dieta y gran parte de su genética en el paleolítico (1,2) -este va desde hace más de 2 millones de años hasta hace unos 12000 años-. En este tiempo, el género Homo no tenía certeza ninguna de poder encontrar comida cada día, ni mucho menos cada semana. Ya en el neolítico, empezando a gestarse la vida tal y como la conocemos, la civilización comenzó a ‘’disfrutar’’ de las comodidades de la agricultura y la ganadería.
Lo que empezó con el cultivo de cereales según las bondades de la naturaleza continúa, miles de años después, con las macro-granjas actuales que nos proporcionan calorías infinitas en cómodos envases de plástico.
Aunque a veces se prefiere negar, el hombre sigue hecho por y para las necesidades del paleolítico: mucho movimiento, exposición al sol y la naturaleza y puntuales sesiones de alta intensidad para perseguir a la cena del día…o no ser cenado. (3)
Ante la compleja pelea por la supervivencia, la selección natural fue premiando aquellos mecanismos evolutivos que le decían a sus humanos: ‘’oye, igual mañana no encontramos frutas y no podemos llevarlas en las manos todo el día, por lo que cómete todas las que puedas ahora por si acaso’’.
De igual forma, estos mecanismos nunca recompensaban grandes derroches de energía por una simple baya o brote verde sin apenas calorías -por eso siempre preferimos abrir una bolsa de patatas a cocinar unas espinacas- (4), aunque parece que sí sabemos escoger el alimento con más micronutrientes cuando la energía no nos es un problema (5).
¿Y DÓNDE ESTÁ EL PROBLEMA?
Por desgracia para el humano medio de occidente, ahora los productos son mucho más calóricos y accesibles, lo que a términos prácticos implica que comemos mucho y gastamos muy poco.
Como pasa en multitud de mercados, la alimentación no ha cambiado poco a poco si contamos en decenas de miles de años -pensemos que nuestra línea evolutiva comienza hace unos 7M de años-, sino que un par de eventos en la historia han supuesto cambios abruptos. Durante aproximadamente 2M de años hemos comido principalmente verduras, frutas y carnes que recolectamos o cazamos. Casi de repente, los cultivos de cereales y lácteos empezaron a ganar consumidores a gran velocidad, infligiendo cambios en la vida cotidiana milenio tras milenio.
Tras la revolución industrial, se ha normalizado el consumo constante de azúcar de mesa, añadidos artificiales y grasas hidrogenadas en grandes fábricas; el campo y las granjas se han automatizado casi al completo; los trabajos y hobbies son cada vez menos físicos y la calidad del aire, el agua y los alimentos ha empeorado significativamente. Ahora, solo hablamos de menos de 300 años.
Todo ello, dentro de un contexto de estrés, mala calidad del sueño y un sinfín de factores más -por eso la salud es un tema tan bonito y complejo a la vez- es lo que ha traído al hombre la que posiblemente sea la mayor pandemia de la historia de la humanidad: la obesidad.
ECONOMÍA DE LA ALIMENTACIÓN
La economía del lenguaje se define como un proceso evolutivo enfocado a la minimización del esfuerzo invertido a la hora de hablar, escribir o expresarse en general. El andaluz es un claro ejemplo de esto.
De igual forma, de cara a crear adherencia a los hábitos saludables, es imprescindible ser capaz de alimentarse correctamente invirtiendo el mínimo esfuerzo, tanto psicológico como energético -aunque esa energía que no gastamos en cazar o trepar debe emplearse en otras actividades-.
Resulta habitual encontrarnos en la situación de llegar a casa después de un largo día de trabajo y, ante la pereza máxima de cocinar un plato saludable y el estrés acumulado durante el día, coger lo que sabemos que nos va a aportar muchas calorías pero muy pocos nutrientes (6). En parte, la subconsciente búsqueda de energía sin esfuerzo y los mecanismos de recompensa que nos despierta el estrés son culpables del auge de la comida rápida, el delivery y los precocinados.
HAY SOLUCIÓN
Esta, evidentemente, pasa por trabajar con infinita paciencia los problemas de raíz, como suelen ser el mal manejo del estrés y la falta de movimiento -entre otros-. Mientras tanto, propongo usar lo mejor que nos ha dado la industrialización alimentaria y recurrir habitualmente a métodos culinarios y herramientas que nos proporcionen “comida rápida” saludable: congelar/guardar raciones de platos que hayamos cocinado con antelación, bolsitas de verduras al natural para microondas (o usar recipientes especiales), arroz y patata pre-cocidos o algunas conservas son recursos extremadamente útiles a la hora de complementar algo tan básico como importante: saber cocinar sabroso, saludable, rápido y barato.
El Homo Sapiens ha llegado a su máximo desarrollo gracias al fuego (7) y en la actualidad parece claro que su supervivencia pasa por seguir trabajando mínimamente su propia comida y no abriendo bolsas de plástico.
En definitiva, para llegar a adoptar en el siglo XXI una dieta y estilo de vida saludables, necesitas protegerte de tus propios instintos e implementar rutinas y estrategias que te permitan tener la comida preparada ante un episodio de estrés/ansiedad, calmar tu necesidad de placer inmediato con movimiento y relajarte rodeado de sol y naturaleza en vez de luz artificial.
ACLARADO ESTO…LA DIETA EVOLUTIVA ES UNA SANDEZ
Las dietas no son sistemas cerrados a los que se les deba poner nombre. Si tu plan nutricional suena demasiado cool, seguramente sea un plan, pero de marketing. Para concluir, quiero romper una lanza a favor de los alimentos modernos y su incorporación en los planes de alimentación flexibles, dejando claros dos aspectos:
Una barrita de cereales con azúcares simples puede ser un tesoro para un deportista, pero fatal para una persona sedentaria con síndrome metabólico. Aplicar el sentido común y basar nuestra dieta en plantas y demás alimentos que llevan con nosotros millones de años es básico, pero no convirtamos esto en un dogma que nos impida aprovechar las bondades de la industrialización.
Referencias:
Challa, H. J., Bandlamudi, M., & Uppaluri, K. R. (2022). Paleolithic Diet. In StatPearls. StatPearls Publishing.
Sistiaga, A., Mallol, C., Galván, B., & Summons, R. E. (2014). The Neanderthal meal: a new perspective using faecal biomarkers. PloS one, 9(6), e101045. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0101045
de Vries, R., Morquecho-Campos, P., de Vet, E., de Rijk, M., Postma, E., de Graaf, K., Engel, B., & Boesveldt, S. (2020). Human spatial memory implicitly prioritizes high-calorie foods. Scientific reports, 10(1), 15174. https://doi.org/10.1038/s41598-020-72570-x
Nestle, M. (2000), Paleolithic diets: a sceptical view. Nutrition Bulletin, 25: 43-47.
Brunstrom, J. M., & Schatzker, M. (2022). Micronutrients and food choice: A case of 'nutritional wisdom' in humans?. Appetite, 174, 106055. https://doi.org/10.1016/j.appet.2022.106055
Tomiyama A. J. (2019). Stress and Obesity. Annual review of psychology, 70, 703–718. https://doi.org/10.1146/annurev-psych-010418-102936
Gowlett J. A. (2016). The discovery of fire by humans: a long and convoluted process. Philosophical transactions of the Royal Society of London. Series B, Biological sciences, 371(1696), 20150164. https://doi.org/10.1098/rstb.2015.0164